Corrían los inicios de los años 70 del siglo XX, eran tiempos de psicodelia, rock and roll y heavy metal, y en suelo boliviano un grupo de músicos pretendía introducir nuevas tendencias a la noche paceña. Esos adolescentes ni imaginaban que más allá de aquella intención, su música marcaría historia. Cuarenta años después, son una leyenda viviente.
Dante Uzquiano, Jorge Cronembold, Omar León, Carlos Daza, Pedro Sanjinés, Nataniel Gonzales y, posteriormente, Clark Orozco, son los nombres de aquellos muchachos —hoy adultos— que se conocieron por pura casualidad y gestaron Wara, un ícono del rock y el folklore nacional que dejó su impronta en la juventud de entonces y, también, en las nuevas generaciones.
El génesis del conjunto se encuentra enlazado al tradicional barrio paceño de San Pedro, que fue el escenario de las travesuras juveniles del baterista Jorge Cronembold y el guitarrista Carlos Daza, quienes compartían su pasión musical en las clases y las aulas del Conservatorio Nacional de Música de la céntrica avenida 6 de Agosto.
Los ojos color esmeralda de Jorge miran al infinito, mientras su memoria se remonta al pasado, hace cuatro décadas. Recuerda que la conexión con el vocalista Dante Uzquiano llegó porque éste tenía amistades en la zona; “por ello ya nos estábamos rondando”, manifiesta. Y el círculo se cerró con el bajista Omar León, quien conoció a Dante cuando retornaban a Bolivia de un periplo por la capital argentina, Buenos Aires.
Y llegó la primera apuesta en 1972. “Hicimos un proyecto que se llamó Tabú, con Jorge, Dante, Carlos, Jorge Komori y mi persona”, rememora Omar. Sin embargo, la alianza duró sólo unos meses, quedó truncada por el infortunio. Sucedió en el carnaval de ese año, cuando el quinteto rockero animó las fiestas de dos agrupaciones juveniles: Los Calambeques y Los Marqueses.
Los miembros de ambas se enfrentaron al enterarse de que compartieron el mismo conjunto, y en las trifulcas resultó fallecida la hermana del líder de Los Marqueses. Por ello, Tabú pasó a la clandestinidad, “la situación era complicada”, comenta Omar.
Pero tras un año con sus melodías contenidas, con el alejamiento de Jorge Komori y la incorporación del tecladista Pedro Sanjinés y la voz de Nataniel Gonzales, los adolescentes dieron nacimiento a Wara, que significa “estrella” en aymara. Así, en abril de 1973 salió a la venta su primer material: El Inca, música progresiva boliviana.
“Los textos de ese disco son de identidad, de un amor a la raza: Indio ama a tu raza / tu raza es hermosa / Indio que vas caminando sigue la luz / sigue la wara que te va a guiar. Nosotros éramos una guía para la juventud”, dice Omar, luego de tararear la tonada. Y basta escuchar otro de sus clásicos para avalar sus palabras, Realidad: brisa... tienes hermosa / hermano... vive tu historia / no imites... culturas extrañas / adora... tu raza de bronce / destruye el mito... de pueblo enfermo.
Su long play fue todo un éxito. Eran tiempos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, los gobiernos de facto brotaban en la región. Cerca del golpe militar al mandato socialista del chileno Salvador Allende, en septiembre de 1973, la censura cayó sobre los integrantes de Wara. Primero fueron detenidos por la Policía y, luego, sus padres fueron obligados a la rúbrica de un compromiso para que no toquen juntos, bajo pena de prisión. ¿Los argumentos? Mala influencia para la juventud, apología al consumo de drogas y no haber cumplido la mayoría de edad, que entonces era de 21 años.
Tuvieron que esperar para su retorno hasta 1975, cuando Dante, Jorge, Carlos y Omar conocieron al charanguista Clark Orozco. Con nuevos bríos, Wara volvió con su segundo disco: Maya, en el cual dieron el salto del rock sinfónico al autóctono, pero mantuvieron su estilo, reflejo de una juventud marcada por el Che Guevara, los tupamaros uruguayos, los panfletos callejeros del Partido Obrero Revolucionario (POR), el Partido Indio de Fausto Reinaga o el Movimiento Katarista, relata Omar, mientras acomoda sus lentes oscuros.
Entre ponchos, ll’uchus y coca
Dante Uzquiano, Jorge Cronembold, Omar León, Carlos Daza, Pedro Sanjinés, Nataniel Gonzales y, posteriormente, Clark Orozco, son los nombres de aquellos muchachos —hoy adultos— que se conocieron por pura casualidad y gestaron Wara, un ícono del rock y el folklore nacional que dejó su impronta en la juventud de entonces y, también, en las nuevas generaciones.
El génesis del conjunto se encuentra enlazado al tradicional barrio paceño de San Pedro, que fue el escenario de las travesuras juveniles del baterista Jorge Cronembold y el guitarrista Carlos Daza, quienes compartían su pasión musical en las clases y las aulas del Conservatorio Nacional de Música de la céntrica avenida 6 de Agosto.
Los ojos color esmeralda de Jorge miran al infinito, mientras su memoria se remonta al pasado, hace cuatro décadas. Recuerda que la conexión con el vocalista Dante Uzquiano llegó porque éste tenía amistades en la zona; “por ello ya nos estábamos rondando”, manifiesta. Y el círculo se cerró con el bajista Omar León, quien conoció a Dante cuando retornaban a Bolivia de un periplo por la capital argentina, Buenos Aires.
Y llegó la primera apuesta en 1972. “Hicimos un proyecto que se llamó Tabú, con Jorge, Dante, Carlos, Jorge Komori y mi persona”, rememora Omar. Sin embargo, la alianza duró sólo unos meses, quedó truncada por el infortunio. Sucedió en el carnaval de ese año, cuando el quinteto rockero animó las fiestas de dos agrupaciones juveniles: Los Calambeques y Los Marqueses.
Los miembros de ambas se enfrentaron al enterarse de que compartieron el mismo conjunto, y en las trifulcas resultó fallecida la hermana del líder de Los Marqueses. Por ello, Tabú pasó a la clandestinidad, “la situación era complicada”, comenta Omar.
Pero tras un año con sus melodías contenidas, con el alejamiento de Jorge Komori y la incorporación del tecladista Pedro Sanjinés y la voz de Nataniel Gonzales, los adolescentes dieron nacimiento a Wara, que significa “estrella” en aymara. Así, en abril de 1973 salió a la venta su primer material: El Inca, música progresiva boliviana.
“Los textos de ese disco son de identidad, de un amor a la raza: Indio ama a tu raza / tu raza es hermosa / Indio que vas caminando sigue la luz / sigue la wara que te va a guiar. Nosotros éramos una guía para la juventud”, dice Omar, luego de tararear la tonada. Y basta escuchar otro de sus clásicos para avalar sus palabras, Realidad: brisa... tienes hermosa / hermano... vive tu historia / no imites... culturas extrañas / adora... tu raza de bronce / destruye el mito... de pueblo enfermo.
Su long play fue todo un éxito. Eran tiempos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, los gobiernos de facto brotaban en la región. Cerca del golpe militar al mandato socialista del chileno Salvador Allende, en septiembre de 1973, la censura cayó sobre los integrantes de Wara. Primero fueron detenidos por la Policía y, luego, sus padres fueron obligados a la rúbrica de un compromiso para que no toquen juntos, bajo pena de prisión. ¿Los argumentos? Mala influencia para la juventud, apología al consumo de drogas y no haber cumplido la mayoría de edad, que entonces era de 21 años.
Tuvieron que esperar para su retorno hasta 1975, cuando Dante, Jorge, Carlos y Omar conocieron al charanguista Clark Orozco. Con nuevos bríos, Wara volvió con su segundo disco: Maya, en el cual dieron el salto del rock sinfónico al autóctono, pero mantuvieron su estilo, reflejo de una juventud marcada por el Che Guevara, los tupamaros uruguayos, los panfletos callejeros del Partido Obrero Revolucionario (POR), el Partido Indio de Fausto Reinaga o el Movimiento Katarista, relata Omar, mientras acomoda sus lentes oscuros.
Entre ponchos, ll’uchus y coca
Clark es invitado a intervenir. Sonríe y con la mirada y la voz serenas cuenta que era fanático de Wara desde su época rockera. “Los escuchaba a través de las emisoras que pasaban sus temas”, manifiesta. El taller de instrumentos musicales de cuerda de su progenitor, lo unió con el camino del conjunto, cuando sus miembros lo visitaban.
En medio de guitarras, charangos y mandolinas, Clark hizo amistad con ellos y, sin pensarlo dos veces, dejó su grupo folklórico para integrarse a las filas de sus ídolos. “Cuando se lanzó Maya, recuerdo que los conciertos los hacíamos en el Teatro Municipal, donde la juventud usaba ponchos de vicuña, ll’uchus, pijchaba (masticaba) coca y llenábamos el lugar. Era lindo”.
Es que Wara también implementó moda entre sus seguidores, inspirados en los melenudos músicos que con sus ropas reflejaban rebeldía y mezclaban lo occidental con lo andino. Así, sus incondicionales fueron proliferando por los nueve departamentos y fuera de las fronteras bolivianas. Clark tiene presente una de esas muestras de apoyo.
“Radio Chuquisaca, a través de Mercedes Kúncar (una de las pioneras en Sudamérica en difundir música rock en los años 60), era quien promocionaba viajes al interior del país. Una vez nos llevó a Sucre y teníamos que pasar por Potosí, y a nuestro bus se le pinchó la llanta. No nos quedó más remedio que ayudar al chofer, en carreteras que en aquel entonces no estaban ni asfaltadas, y con la misma ropa empolvada cantamos ante la gente que estaba eufórica y nos esperaba ansiosamente”, a pesar de horas de retraso en el concierto.
Es el turno de Carlos Daza, quien sostiene su guitarra eléctrica con seguridad y se declara rockero por esencia, antes de confesar que en principio no comulgaba con las tonadas folklóricas. “Yo estaba estudiando entonces en el Conservatorio de Música y nos dieron una investigación sobre armonías en el altiplano, y tuve que aprender a la fuerza a escuchar esa música (andina), que en ese entonces no era de mi agrado”.
No obstante, descubrió que tenía mucha similitud con el rock. “Utiliza melodías pentatónicas, armonías de cuartas y de quintas y empecé a gustar de la música autóctona y criolla”. Desde entonces, quedó prendado por “esa música”, a la que ha exprimido durante cuatro décadas en Wara, y hoy es uno de los fundadores que continúa en esta aventura junto con cuatro amigos inseparables: Jorge Cronembold, Omar León, Clark Orozco y Dante Uzquiano.
Precisamente el último en hablar es Dante, quien tiene una mirada fija y conserva esa prodigiosa voz con la que canta desde los seis años de edad. Relata que antes de Wara, estaba en Argentina. “En ese tiempo no tenía idea del folklore, sólo de música selecta. Extraje temas como Nevando está, de Adrián Patiño, o Chayñita, de The Strongest, y con el grupo de rock acomodamos los temas en ritmo de blues y causó revuelo en Buenos Aires”, describe.
Pero su corazón le pedía retornar a Bolivia, para hacer su música; aunque también estaba seducido por otros sentimientos. “Un viaje por la provincia paceña Bautista Saavedra y ver las costumbres de los campesinos me hizo comparar su cultura con los tibetanos; tenía ideas oníricas. Por ejemplo, en Tiwanaku, tocaba las rocas con un diapasón y me daban un sonido particular”.
Todas esas ideas las trasladó a Wara. “Yo le puse el nombre al conjunto con la idea de que no es la estrella netamente, sino el brillo, la luz de la estrella solamente”, enfatiza quien canta la mítica composición Collita, de Fernando Román. Antes de callar, lanza una revelación sobre el primer disco. “Estudiaba antropología como autodidacta y me preparaba para dar unos exámenes. Por ello, yo no participé en la grabación, y en mi lugar estuvo Nataniel Gonzales porque tenía una voz muy parecida a la mía”.
No importa, Dante es la voz histórica de Wara y su principal compositor. Es uno de los cinco sobrevivientes de esta banda con 12 producciones en su haber. Una leyenda que ha demostrado, recién, su vigencia con un concierto sinfónico inolvidable, que será reeditado a fines de este mes, que fue grabado en vivo y cuyo disco será lanzado en diciembre. Una estrella andina que alumbra con su música durante cuatro décadasHistoriaq de bolivai
En medio de guitarras, charangos y mandolinas, Clark hizo amistad con ellos y, sin pensarlo dos veces, dejó su grupo folklórico para integrarse a las filas de sus ídolos. “Cuando se lanzó Maya, recuerdo que los conciertos los hacíamos en el Teatro Municipal, donde la juventud usaba ponchos de vicuña, ll’uchus, pijchaba (masticaba) coca y llenábamos el lugar. Era lindo”.
Es que Wara también implementó moda entre sus seguidores, inspirados en los melenudos músicos que con sus ropas reflejaban rebeldía y mezclaban lo occidental con lo andino. Así, sus incondicionales fueron proliferando por los nueve departamentos y fuera de las fronteras bolivianas. Clark tiene presente una de esas muestras de apoyo.
“Radio Chuquisaca, a través de Mercedes Kúncar (una de las pioneras en Sudamérica en difundir música rock en los años 60), era quien promocionaba viajes al interior del país. Una vez nos llevó a Sucre y teníamos que pasar por Potosí, y a nuestro bus se le pinchó la llanta. No nos quedó más remedio que ayudar al chofer, en carreteras que en aquel entonces no estaban ni asfaltadas, y con la misma ropa empolvada cantamos ante la gente que estaba eufórica y nos esperaba ansiosamente”, a pesar de horas de retraso en el concierto.
Es el turno de Carlos Daza, quien sostiene su guitarra eléctrica con seguridad y se declara rockero por esencia, antes de confesar que en principio no comulgaba con las tonadas folklóricas. “Yo estaba estudiando entonces en el Conservatorio de Música y nos dieron una investigación sobre armonías en el altiplano, y tuve que aprender a la fuerza a escuchar esa música (andina), que en ese entonces no era de mi agrado”.
No obstante, descubrió que tenía mucha similitud con el rock. “Utiliza melodías pentatónicas, armonías de cuartas y de quintas y empecé a gustar de la música autóctona y criolla”. Desde entonces, quedó prendado por “esa música”, a la que ha exprimido durante cuatro décadas en Wara, y hoy es uno de los fundadores que continúa en esta aventura junto con cuatro amigos inseparables: Jorge Cronembold, Omar León, Clark Orozco y Dante Uzquiano.
Precisamente el último en hablar es Dante, quien tiene una mirada fija y conserva esa prodigiosa voz con la que canta desde los seis años de edad. Relata que antes de Wara, estaba en Argentina. “En ese tiempo no tenía idea del folklore, sólo de música selecta. Extraje temas como Nevando está, de Adrián Patiño, o Chayñita, de The Strongest, y con el grupo de rock acomodamos los temas en ritmo de blues y causó revuelo en Buenos Aires”, describe.
Pero su corazón le pedía retornar a Bolivia, para hacer su música; aunque también estaba seducido por otros sentimientos. “Un viaje por la provincia paceña Bautista Saavedra y ver las costumbres de los campesinos me hizo comparar su cultura con los tibetanos; tenía ideas oníricas. Por ejemplo, en Tiwanaku, tocaba las rocas con un diapasón y me daban un sonido particular”.
Todas esas ideas las trasladó a Wara. “Yo le puse el nombre al conjunto con la idea de que no es la estrella netamente, sino el brillo, la luz de la estrella solamente”, enfatiza quien canta la mítica composición Collita, de Fernando Román. Antes de callar, lanza una revelación sobre el primer disco. “Estudiaba antropología como autodidacta y me preparaba para dar unos exámenes. Por ello, yo no participé en la grabación, y en mi lugar estuvo Nataniel Gonzales porque tenía una voz muy parecida a la mía”.
No importa, Dante es la voz histórica de Wara y su principal compositor. Es uno de los cinco sobrevivientes de esta banda con 12 producciones en su haber. Una leyenda que ha demostrado, recién, su vigencia con un concierto sinfónico inolvidable, que será reeditado a fines de este mes, que fue grabado en vivo y cuyo disco será lanzado en diciembre. Una estrella andina que alumbra con su música durante cuatro décadasHistoriaq de bolivai
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